Hace años vi una película en la que un asesino infalible va encontrando y ajusticiando a un grupo de amigos y compañeros de profesión, todos ellos eran ladrones profesionales.

Todos se resisten ante su destino e intentan huir. Algunos se van a lugares remotos, otros se vuelven paranoicos de su protección e intentan todo tipo de estrategias para que el asesino no les encuentre, y éste, cuanto más intentan resistirse les provoca una muerte más dolorosa.

Todos intentan salvarse menos uno, que le espera tranquilamente en su casa, uno de sus compañeros más queridos, intrigado le pregunta por qué no huye y se va con el, a lo que este se limita a decirle que una vez se corrió una juerga de 10.000 dolares en una sola noche y posteriormente, le pregunta a su vez ¿entiendes?

Se me quedó grabada esa frase y lo que entendí que quería decir con ello es que había vivido una vida plena e intensa que le había parecido suficientemente interesante. Quizá la felicidad consista precisamente en eso, en haber tenido buenos momentos de los que poder acordarnos cuando se acerca nuestro final.

Yo, que espero añadir todavía muchos buenos momentos a mi vida, sé que me acordaré de que una vez estuve cenando en el «Villa castagna», rodeado de famosos periodistas, actores, directores y productores de cine durante la Mostra de cine de Venecia. Que tuvimos la oportunidad de sentarnos con ellos y decidimos que no nos apetecía tener elevadas conversaciones intelectuales en ese momento, sino disfrutar más tranquilamente de la noche y que nuestra mesa, compuesta por versos sueltos, fue la más divertida de todas y todo el mundo se fue acercando a nosotros por éramos los que más nos reíamos.

También recordaré la noche en la que lo hice tres veces seguidas y que otra vez nos alojamos en el Meliá Cohiba de Málaga, en la suite del ático, que compartíamos con Ariel Roth como único vecino y que tenía una terraza con jacuzzi al aire libre y vistas al mar. Ahí hicimos el amor y después nos tomamos un mojito y un ron Habana-7 mientras me fumaba un Cohiba.

Si mi mente me trata bien seguro que recordaré también que, al menos dos veces, comí en Los Frutales de Cercedilla, escuchando el arroyo donde tienen las truchas y rodeado por un seto de aligustre que te hacía sentir que no había nadie a tu alrededor. Con un camarero a tu disposición en todo momento en pleno Valle de la Fuenfría y disfrutando de una comida exquisita.

Cuando salimos había un coche nuevo con un enorme lazo rojo, el regalo de fiesta de graduación de una chica de una familia con mucho más dinero que nosotros.

El primer coche que tuve yo era de quinta mano y cada media hora tenía que parar, quitarle el chiqlé, soplarlo y volverlo a colocar para que siguiera andando, pero en ese momento no me importó en absoluto.

Lo que me importa es que yo también estuve ahí y eso será de lo que probablemente me acuerde en mi vejez mientras espero a la muerte con una sonrisa asomando en mi cara.